“El falso 9, reinventado”. 11 de n/
“Y de este modo apareció el “falso 9”, en un pequeño rincón del Cono Sur, fruto de la intuición genial de Piendibene y la pasión por el juego de pases cortos que Harley traía en su maleta de ingeniero ferroviario”.
Me encanta releer ideas de fútbol. En mi libro “Fútbol. Una pugna indescifrable” afloraba razonamientos de gente del fútbol como Cruyff y Manuel Sergio, uno futbolista de postín y entrenador avanzado y el otro un filósofo portugués-brasileño que nos hace pensar profundamente desde sus publicaciones en la Lusitania. Decía Johan Cruyff: “Hay muchos que pueden decir que un equipo juega mal. Hay pocos que puedan decir por qué juega mal. Y hay poquísimos que puedan decir lo que hay que hacer para que juegue mejor”. Apabullante reflexión para esos “mentecatos” que repiten permanentemente aquello de que “En el fútbol ya está todo inventado”. Luego, incide el profesor Manuel Sergio: “Lo vengo diciendo hace muchos años, no hay remates, hay personas que rematan; no hay fintas, hay personas que fintan; no hay defensas, hay personas que defienden… Si no entiendo a esas personas, no comprendo ni los remates, ni las fintas, ni las defensas”.
Continuando con el bagaje que nos ha dejado Martí Perarnau: “No obstante, la presencia formal de un delantero centro impedía que el mediocentro fuese equiparable a un “falso 9”, aunque sus movimientos auguraban lo que iba a suceder a partir de 1910. El “falso 9” nació en Uruguay gracias a un mediocentro escocés, John Harley, que importó el juego de pases cortos al Río de la Plata, provocando su apasionada adopción en Uruguay. El juego de Harley, que militaba en el club Ferro Carril Oeste de Buenos Aires, fascinó tanto al delantero uruguayo José Piendibene que pidió encarecidamente a su club, Peñarol de Montevideo, que contratara al escocés. Así ocurrió en 1909, y John Harley emigró a Uruguay, donde creó una nueva escuela de juego que sería la base de los contundentes y repetidos éxitos conseguidos por la selección celeste en la década de los años veinte. La asociación con Harley indujo a Piendibene a retrasar mucho su posición para aproximarse al mediocentro y comenzar el juego de ataque junto a Harley. Así surgió el ataque en abanico o en V, que era la forma que tomaban los cinco atacantes: dos extremos en punta, dos interiores más retrasados y el delantero centro como vértice inferior del que nacía dicho abanico”.
(…) “Y de este modo apareció el “falso 9”, en un pequeño rincón del Cono Sur, fruto de la intuición genial de Piendibene y la pasión por el juego de pases cortos que Harley traía en su maleta de ingeniero ferroviario. Piendibene fue el pionero de esta función, pero se trató de un caso aislado, de una intuición genial por parte de un delantero de características muy peculiares, y no tuvo continuadores inmediatos que prosiguieran su labor. El segundo paso de esta historia no se daría hasta 1925, cuando un decisivo cambio reglamentario provocó un gigantesco impacto conceptual. La modificación de la regla del fuera de juego, por parte de la “International Board”, generó la mayor revolución que ha existido en este deporte y, de hecho, significó el nacimiento de lo que podemos definir como fútbol contemporáneo. El cambio de regla provocó que dejara de tener valor la estratagema empleada hasta entonces por los dos zagueros que alineaba cada equipo, el “bogey offside”. Uno de ellos se colocaba muy por delante del otro y con ello generaba que el delantero centro quedase, de manera automática, en fuera de juego (la regla primitiva exigía que hubiese al menos tres rivales por detrás de él)”.
(…) “Este ardid era muy eficaz y se llegaron a contabilizar más de cuarenta fueras de juego por partido, en algunos equipos con especial habilidad para engañar a rivales incautos. Al modificarse la norma, reduciendo a dos el número de adversarios que debían estar por detrás de cualquier atacante, la estratagema dejó de ser eficaz, y ello supuso una primera gran reacción: los equipos retrasaron a su mediocentro y lo convirtieron, de hecho, en el tercer zaguero con la misión de marcar al delantero centro rival. El “mediocentro de ataque” desapareció para transformarse en “defensa central”, “stopper” o “policía”. Este movimiento, impulsado no solo por el Arsenal de Herbert Chapman, pero sí especialmente por él, fue conocido por dicho motivo como la táctica del tercer zaguero (“Third–Back Game”) y, más popularmente, como el “Sistema o la WM británica”.
(…) “No obstante, el movimiento táctico era mucho más complejo y no se limitaba solo a retrasar al mediocentro, sino que modificaba todo el concepto del sistema defensivo - que pasó de defensa zonal a marcaje al hombre, como veremos en capítulos posteriores - y retrasaba también a los dos atacantes interiores, hasta formar un cuadrado en el centro del campo (3.2.2.3.). Entre muchas otras consecuencias que generó, la WM intensificó el perfil agresivo y fuerte del delantero centro”.
(…) “En 1955, Brian Glanville, uno de los periodistas más atinados del pasado siglo, describió con precisión: “La variedad habitual del delantero centro inglés era ahora un toro sin cerebro cuyo principal activo era su fuerza física y coraje; caracterizado en el terreno de juego por una falta de imaginación que le permitía despreciar la posibilidad de lesionarse e ignorar la del fútbol constructivo”. Lodziak incide en la misma dirección. “En la práctica, la WM raramente hizo honor a sus expectativas. Lo habitual es que el defensa central anule al delantero centro. Los delanteros centro hallan difícil burlar a un defensa central recio y bronco valiéndose de un fútbol hábil, con el resultado de que ha hecho su aparición un tipo de delantero centro tosco y potente cuyo vigoroso estilo de juego se ha contagiado a todo el equipo”.
(…) “La WM y su generación de “delanteros toro” propició que como réplica casi inmediata surgiera el “falso 9”, ya no como en el caso de Piendibene, a causa de una intuición genial, sino como antídoto táctico fruto de la reflexión. Puesto que el delantero centro pasó a ser vigilado estrechamente por el tercer zaguero, la respuesta de algunos delanteros consistió en abandonar la zona donde los vigilaban, para convertirse en hombres libres en otras zonas menos vigiladas. Con ello lograban dos efectos: conseguían superioridad en el centro del campo y provocaban desconcierto en la defensa rival. El delantero centro solo tenía dos elecciones frente a la WM: o se convertía en un “toro sin cerebro”, como eligió la mayoría, o se transformaba en un ser escurridizo, como decidieron unos pocos”.
Salamanca, 7.AGOSTO. 2025.