Demasiadas veces, se hace demagogia en el fútbol repitiendo con insistencia: “El fútbol es de los espectadores”. Hipocresía pura, vaya mentira histórica. Nos vamos a permitir una idea provocadora, que plantea una tensión clásica entre justicia disciplinaria y espectáculo deportivo.

        La lógica del Reglamento asume que la sanción ejemplar debe pesar sobre el equipo, no solo sobre el jugador. Pero eso tiene consecuencias que, siempre, empobrecen el espectáculo: partidos rotos, espectadores decepcionados tras pagar una entrada cara, competiciones desequilibradas por un error arbitral o una reacción instintiva de un jugador.

            Pienso siempre en el espectador como medida de valor: si el público paga por ver 11 contra 11 en un partido de fútbol y la expulsión de un jugador destruye el atractivo, se provoca un déficit que no se compensa con la “justicia” de la expulsión.

Para eso argumentamos: 

La equivalencia punitiva: una infracción puntual (Una patada, un insulto, una mano…) se transforma en una consecuencia global y duradera (Desequilibrio de todo un partido).

La quiebra del espectáculo: en competiciones grandes, una expulsión temprana no solo arruina el partido, sino que puede condicionar una eliminatoria entera.

Para mejorar la situación actual, ofrezco algunas alternativas que ya existen en otros deportes:

Expulsión temporal, en el rugby o balonmano, de 5 a 10 minutos fuera.

Cambio forzoso: el jugador sancionado no puede volver, pero el equipo puede sustituirlo.

Multas o sanciones diferidas: castigar al jugador y al club después, sin alterar el desarrollo del partido.

Castigos acumulativos: en vez de dejar al equipo con 10, se suman sanciones que se traducen en suspensiones o multas severas.

La FIFA siempre se ha resistido porque cree que la “inferioridad numérica” es el disuasivo más fuerte, pero el argumento del espectáculo quebrado cada vez pesa más en un fútbol hiper comercializado. Y se sigue poniendo en práctica aquello que respeta menos los intereses del espectador.

Curiosamente, en 1958 se habían aprobado las sustituciones por lesión, por primera vez se permitió reemplazar jugadores lesionados (antes se jugaba con 10 ó 9), lo cual estaría en esa lógica de que el partido fuera equilibrado y se disputase con el mismo número de jugadores.

Tomemos una muestra del baloncesto: 

En la NBA o FIBA, un jugador que comete 5/6 faltas queda eliminado, pero su equipo nunca queda en inferioridad; otro entra en su lugar.

El castigo es personal y acumulativo, no colectivo e inmediato.

El espectáculo no se quiebra: siempre hay igualdad en el campo y el público no se siente estafado.

Por tanto, si aplicásemos ese mismo esquema al fútbol, los criterios serían:

Expulsión = sustitución obligatoria. El infractor no vuelve a jugar, pero su equipo no se queda con 10 y le sustituyen (Si se hubieran hecho ya los 5 cambios autorizados actualmente, se habilitaría qué jugador sustituiría al expulsado).

Sanción proporcional: multas económicas según la gravedad de la falta (Tarjeta roja violenta vs. roja táctica).

Castigos diferidos: suspensiones de partidos posteriores, en lugar de hipotecar el presente.

Registro acumulativo: como en baloncesto, un jugador con reiteradas rojas acumula sanciones mayores (ej. sanción automática de 3 partidos tras la 2.ª expulsión en una temporada).

Se hace evidente que el baloncesto resulta un modelo más coherente y avanzado de lo que hoy se aplica en el fútbol: Un espectáculo global donde la integridad del “show” importa tanto como la justicia deportiva.

Por consiguiente, “Manifiesto”:

“El fútbol, como espectáculo mayoritario, pertenece también a quienes lo contemplan. Cada espectador paga por ver un partido de 11 jugadores contra otros 11 futbolistas, un duelo íntegro de estrategias, talentos y emociones.

Cuando un futbolista es expulsado y su equipo queda con un jugador menos, el espectáculo se resiente. El público, que ha invertido dinero y expectativa, recibe un producto mutilado.

Un gesto individual, el castigo se extiende más allá del infractor. El castigo ya no es justicia: es un exceso.

En el baloncesto, cada jugador tiene un límite de faltas. Cuando lo rebasa, queda eliminado del encuentro. Su equipo, sin embargo, nunca se queda en inferioridad: otro jugador lo reemplaza. El castigo es personal, no colectivo. El espectáculo nunca se quiebra. 

Expulsión = sustitución obligatoria. El jugador culpable se retirpuede volver, pero el equipo mantiene once futbolistas. Multas proporcionales y sanciones diferidas. El infractor y el club pagan después, con el bolsillo o con partidos de suspensión.

El fútbol moderno no puede permitirse perder valor por reglas que empobrecen el juego. La igualdad numérica debe preservarse siempre, porque garantiza la calidad, la emoción y la fidelidad del público”.

Y concretaríamos finalmente: “Castiguemos al culpable, sí, pero no al juego, no al público, no al compañero inocente.
    Que la sanción sea multa, sustitución, destierro personal, pero nunca amputación del espectáculo”.

“El fútbol pertenece al juego, y el juego pertenece al pueblo”, me parece una frase contundente al respecto.

23.octubre. 2025.

Sezione: Editorial y Opinión / Data: Jue 23 octubre 2025 a las 00:22
Autore: MAROGAR .
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