Árbitros de fútbol: élites corporativas y círculos viciosos
En el fútbol español, los árbitros de Primera División operan como un poder cerrado. Su estructura es piramidal, rígida y endogámica: se examinan, ascienden, descienden y juzgan entre ellos. La sociedad —aficionados, clubes, medios— queda fuera de este círculo de control real, generando una sensación persistente de opacidad y desconfianza.
El VAR, que prometía transparencia, ha reforzado paradójicamente la percepción de secreto. Las decisiones técnicas son invisibles y difícilmente cuestionables desde fuera. Algunos ex árbitros, convertidos en analistas mediáticos, actúan con soberbia, exhibiendo un saber intocable y justificando cualquier error con la frase recurrente: “Eso es a criterio del árbitro”. Este corporativismo, unido al blindaje interno, ha transformado al colectivo en una “élite corporativa” que parece operar por encima del bien y del mal, encapsulada en un círculo vicioso. Un experto conocedor del sistema, el arquitecto Nacho Tellado, vino a declarar que el “sistema actual es una basura” y que los operadores actuales “no tienen ni idea de cómo trazar líneas” porque además utilizan una tecnología indebida. Sin embargo, el funcionamiento irregular es de todos conocido y es el oficialmente reconocido.
Paradoja y corporativismo
La comparación con el poder judicial es inevitable. Un juez puede ser recusado, sus decisiones apeladas y revisadas, y sus sentencias sujetas a jurisprudencia pública. Un árbitro, en cambio, raramente se somete a control externo. Sus informes no se publican en detalle, los errores no derivan en responsabilidades claras, y el colectivo se protege internamente, incluso ante polémicas graves.
Esta autonomía convierte al arbitraje en un poder semejante a un colegio profesional blindado más que a un organismo sometido al control democrático. La falta de rendición de cuentas erosiona la credibilidad del fútbol, alimenta teorías conspirativas y amplifica la crispación social. Los clubes y aficionados sienten que sus esfuerzos se ven alterados por factores ajenos al juego, mientras los medios amplifican la polémica en un entorno de información parcial o insuficiente.
Entre élite funcional y élite perniciosa
Es útil diferenciar entre dos tipos de élite: funcional y perniciosa. Una élite funcional, aunque cerrada y con privilegios, cumple un papel necesario: garantiza profesionalidad, estabilidad y cierta excelencia técnica. Una élite perniciosa, en cambio, se protege para preservar sus intereses a costa del bien común, dañando el ecosistema futbolístico.
En España, el arbitraje parece haber derivado hacia la segunda. La obsesión por la forma —gestos protocolarios, reinterpretaciones reglamentarias, ajustes milimétricos— actúa como cortina de humo: se ajustan aspectos secundarios mientras el poder esencial permanece intacto. Este corporativismo genera un efecto perverso: protege al colectivo y a la vez erosiona la confianza de quienes sostienen el fútbol.
Una muestra anecdótica de los estados de ánimo de los propios entrenadores de los clubes actuales y podemos verla reflejada en el partido Betis-Ath.Bilbao del día 1.setiembre.2025, en el cual fue expulsado el entrenador Ernesto Valverde (Un entrenador modélico en toda su carrera). Éste ha sido sancionado por el Comité de disciplina con cuatro partidos, después de que el entrenador se dirigiera al cuarto árbitro: “Sois los putos amos, los putos amos. ¡A tomar por culo, hijo putas!”.
La tentación del “tecnocratismo”
La aparición de árbitros altamente formados, como Alicia Espinosa Ríos (Ingeniería Aeroespacial) y José Luis Guzmán Mansilla (Derecho y Administración de Empresas), plantea un dilema. Por un lado, la profesionalización y la incorporación de conocimiento técnico pueden abrir el sistema y democratizarlo. Por otro, existe el riesgo de consolidar una élite tecnocrática, sofisticada e intocable, donde la autoridad se basa en el conocimiento y no en la rendición de cuentas.
Este fenómeno, conocido como tecnocratismo, ya se observa en otras áreas de la sociedad: economía, medicina o política climática. La especialización, si no se acompaña de mecanismos de control democrático, puede convertirse en un escudo frente a la crítica y a la transparencia. En el arbitraje, la consecuencia sería una élite aún más cerrada, pero revestida de legitimidad académica.
Consecuencias para el fútbol
El impacto de este corporativismo se percibe en varias dimensiones. Erosiona la credibilidad del deporte, alimenta teorías conspirativas y genera crispación entre aficionados y clubes. El reglamento, en lugar de ser instrumento de justicia, se convierte en herramienta de control: se reinterpretan reglas menores, se redefinen gestos y posiciones, y se crean circulares que aparentan reforma, pero nunca modifican la estructura esencial de poder.
El colectivo arbitral, de este modo, se protege frente a críticas, disciplina a los disidentes y manipula la percepción pública. Esta dinámica recuerda a organismos reguladores o cúpulas burocráticas blindadas: funcionan con mínima supervisión democrática, priorizando la preservación de intereses internos sobre el bien común.
Perspectivas de apertura
A pesar de todo, hay motivos de esperanza. Algunos árbitros promueven una visión distinta. Espinosa Ríos y Guzmán Mansilla defienden la idea de ser valorados por su capacidad profesional, no solo por su jerarquía, y buscan acabar con el odio en el fútbol. La clave está en oxigenar el debate: publicar informes detallados, explicar decisiones con criterios claros y establecer contrapesos independientes.
El futuro podría bifurcarse en dos caminos:
Árbitros científicos que abran la élite y democratizan el arbitraje.
Árbitros científicos que consolidan un poder cerrado, tecnocrático e intocable.
La elección dependerá de la capacidad del sistema para integrar formación académica sin sacrificar transparencia y rendición de cuentas.
Reflexión final
Recordemos cuando los niños jugábamos sin árbitros, resolviendo disputas aceptadas por todos. Ese modelo de justicia espontánea contrasta con el fútbol profesional actual, donde la administración de la justicia se basa en reglamentos complejos y decisiones tecnológicas casi inobservables.
Si el sistema arbitral no se abre a revisión externa, seguirá reproduciendo una élite perniciosa: sofisticada, intocable y cerrada, que daña al fútbol más de lo que protege al colectivo. La transparencia, la rendición de cuentas y la apertura al debate son fundamentales para convertir una élite corporativa en funcional y restaurar la credibilidad del deporte.
El arbitraje español tiene frente a sí una encrucijada: abrir sus estructuras y recuperar la confianza del público, o sofisticar su blindaje, convirtiéndose en una élite tecnocrática que, aunque más preparada, será igualmente impermeable a la crítica. La decisión marcará el futuro de la justicia en el fútbol profesional y su relación con la sociedad que lo sigue y lo sostiene.
Salamanca, 11. Setiembre. 2025.