EDITORIAL: "OLORES DEL FÚTBOL"
El fútbol tiene sus olores característicos. A mí los olores me llevan a épocas pasadas y me permiten aflorar muchos recuerdos que están apelmazados en la memoria. Incluso, tales aromas son perceptibles de maneras distintas según hayas vivido las experiencias del fútbol como jugador, entrenador o aficionado. Son recuerdos que se diferencian según se hayan experimentado en cualquiera de los tres planos reseñados. De niño, mi padre me llevaba al campo de fútbol coincidiendo con el día del socio. Una especie de segundo día de Reyes Magos. La memoria se activa con aquellas imágenes donde los espectadores chupaban con voluptuosidad aquellos farias impresionantes que a mí me parecían un pecado y que todavía sus olores están registrados en mis meninges. Algunos mojaban el extremo del puro en la copa con coñac Soberano, Veterano, Pedro Domecq, Centenario Terry y marcas parecidas de aquella época. También recuerdo otros olores como los efluvios de los aficionados al tomar la ginebra Larios, Ponche Soto o el afrutado Licor 43; sin olvidarnos del anís francés Marie Brizard, del Mono, de las Cadenas,o de La Asturiana. Por supuesto, el olor a café caliente en las tardes de invierno que muchos mezclaban con un coñac haciéndose sus "carajillos" para aguantar el frío del invierno. Por entonces, el alcohol no estaba prohibido en los campos de fútbol y convivían con toda aquella parafernalia de marcas, sabores y olores
Como jugador, no pierdo la memoria de aquellos aromas inconfundibles del masaje preparado con aceite de oliva, esencia de trementina, guayacol y alcohol alcanforado. Una mezcla olorosa difícil de olvidar con aromas de pinos, almendras amargas y algo así como pintura de barniz. Incluso, antes de haber entrado en una caseta profesional, en nuestra propia casa utilizábamos otros productos con los que nos rociábamos las piernas creyendo que eran líquidos mágicos para rendir mejor en los partidos, o eliminar las dolorosas agujetas después de las contiendas o de los entrenamientos. Sin darnos cuenta que el milagro no estaba en los mejunjes sino en las manos hábiles y competentes del masajista. Por eso, el linimento Sloan (El del tío del bigote) y la embrocación Hércules, impregnaban nuestros cuerpos y se trasladaban a nuestros pantalones de tergal, además de a los colchones de lana y algodón de la casa de nuestros padres. Incluso aquel olor tan característico de los parches porosos de Sor Virginia. Los ambientes florales, mentolados, almizclados, alcanforados, picantes y algún otro olor menos agradable se cruzaban en combinación notable.
Es imposible sustraerse a aquel olor de algodón impregnado de alcohol que se encendía en las casetas para aportar algo de calor a aquellos recintos sin calefacción ni siquiera agua caliente. Al principio de encenderse resultaba agradable pero al apagarse humeaba con un reducto oloroso un tanto desagradable. En el viejo campo de El Calvario, en Salamanca, teníamos estufas con leña de encina y piñas con la que, además de crear un buen ambiente en el vestuario, con sus olores característicos de leña quemada, servían sobre todo para el secado de las amplias coladas de ropa empapada, los chándales de algodón, incluso las botas y balones. Precisamente éstos, después del secado, se revestían con grasa de caballo, por lo que los olores a cuero viejo y grasa eran muy persistentes. Luego, acabado el entrenamiento, nos íbamos a los vendedores ambulantes de melones y sandías con las que saciábamos nuestra sed después del esfuerzo, otros dos olores característicos que invaden los recuerdos. Igual de inconfundible era el olor y sabor a limón cuando nos daban los gajos con piel para generar saliva ya que el agua isotónica es más contemporánea; o aquella solución casera de agua del grifo, o del botijo, con azúcar o glucodulco, bicarbonato y una aspirina en el mejor de los casos con el que paliábamos los dolores musculares.
Por supuesto, la bota de vino era de uso común en algunos grupos de aficionados. Los olores, el recuerdo y la supervivencia son experiencias emocionales inseparables. Por eso no podemos reprimir aquel recuerdo al tufillo de la tortilla española con pimientos cuando los partidos se celebraban en la tarde noche. Los desodorantes no se habían inventado todavía, pero los aficionados iban recién lavados y perfumados. Al fin y al cabo, ir al fútbol era como asistir a una fiesta y la gente se arreglaba en consecuencia, además de afeitarse al último detalle. Un olor inconfundible para los futbolistas es el de un campo recién segado, bien a máquina o con guadaña. No digamos el olor a tierra mojada acto seguido de una tormenta desencadenada con urgencia. Quizás tan característico como el perfume de la colonia Varon Dandy con la que los espectadores se acicalaban en aquellas tardes especiales de fútbol. Del mismo modo, los futbolistas se prodigaban en el perfumado de sus cuerpos y ropas después de los entrenamientos o de los partidos, bien con el Acqua di Selva para los más selectos o la colonia fresca de Hatkinson muy al uso.
Sin pretenderlo, muchas veces el olfato nos transporta a una irracional transmisión de sentimientos, cruzando la línea entre los recuerdos de niñez, la nostalgia e incluso la melancolía. Cualquier aroma de un partido de fútbol sitúa nuestras cabezas en circunstancias concretas y, también, en una época muy determinada. Mi pregunta es la siguiente, ¿El fútbol de ahora tiene olores característicos? Ya digo que la melancolía me lleva a un fútbol de antaño. Por eso es necesario preguntarse, ¿Cuáles son los olores del fútbol de ahora mismo ?
MAROGAR (Julio 2009)